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Alberto Masa

 

No me apetecía ser simpático, pero engordé demasiado en los últimos meses.


CARTOGRAFÍA DE LA TIERRA

Mi ambición es larga

planifico empastar a los amaneceres,

hablar con el fornicador del viento,

descansar a la sombra de cuantos seres

soplen en dirección a mi vida.

Planeo desaparecer en el escalón

borrado por la nieve,

visitar el sol fundado por la muñeca

que puso nombre a mi desamor.

Planeo el discurso del premio fundacional

hasta ahora siempre otorgado a semáforos

y pasos de cebra,

cantar al recordar que hay veces

en que he mirado la luna.

Hago mapas en donde planteo sanar

el prisma que dora la mirada del compañero

que ocupa el último pupitre de la clase

(Creo pasiones poco coherentes).

Oso abrazar la navaja que rasga el perfil de una nube

durante una tormenta.

Corro en busca de aquel niño

que cumplió diez años de edad

en el día donde mi demencia cobró cierto sentido.

Doy las buenas noches a la realidad

aún careciendo de cuerdas vocales

(se encuentran tensadas en un laúd enterrado).

Ideo cambiar la vida,

e incluso he escrito en la pizarra de mis peores castigos

que nunca jamás volveré a emborracharme.

Todo eso hago,

lo demás, lo del mapa y sus consecuencias,

se quema en la hoguera donde las imaginaciones

recitan un testamento al azar.

 

(Como dice Antonio Tocornal en el prólogo de este libro, “Alberto Masa es todo poesía”.

Hay que dejarse arrastrar por la demoledora certeza de la palabra, zambullirse en un mundo de inquietante desasosiego y restañar las heridas navegando por el turbulento océano de los sentidos.

Porque si Alberto Masa es poesía, todo lo que alberga este libro es la verdadera esencia de la poesía. Una incursión en lo más recóndito del ser humano inundada de la inmensa belleza de lo desconocido.

Alberto Masa es de los escritores que tienen un don, y es que todo lo que toca lo convierte en poesía. Lean “Y la lepra en las tapicerías” y lo comprenderán.)

 

 

SIN TÍTULO (Por qué morir)

 

Por qué morir

de una vez arrancar de tu piel el sufrimiento.

Existen lugares, ocios, vicios, cadencia

la astenia cruza con vía libre nuestro aspecto.

La anhedonia enreda lo vil con lo indecible

y a veinte pies de distancia

se ven los barcos partir.

¿Qué será morar un barco?

Caminar sobre las aguas muertas

lucharles y vencer

coronarse con un loco

obsesionado con la ambivalencia

y mezclado entre el populacho,

que abraza las nuevas maneras,

que quiere champán del bueno.

En la nevera surgen diletantes fieras

cuyo perdón se aprecia.

La bondad de cruzar el mar.

Allá no espera nada

y tampoco hay quien espere.

Se está vivo y, si no, aguanta unos pocos segundos

la respiración acumulada en la biografía del gran hombre.

 

SIN TÍTULO (He construido una muralla)

 

He construido una muralla de libros,

me impiden ver la suciedad de la pared

teñida con buenas dosis de nicotina.

He necesitado esquivar el sol

y bajado la persiana

para concentrarme en la oscuridad

a la que viene dado el silencio.

Los libros son la gran excusa,

la fuente primitiva

que se ordena sola.

Yo quiero avanzarlos,

pero me cuesta recordar a cada rato

que van delante de mí

que son más fieros y veloces que yo,

que a cada centímetro de mi cuerpo

le son devueltas las letras del pago.

Una vez tuve una especie de pesadilla

y, en efecto, la he llevado a cabo.

Enterradme es cuanto les digo;

lo hago para que se liberen.

 

SIN TÍTULO (Existen atardeceres)

 

Existen atardeceres que huyen

más rápidamente que otros

El cielo se asemeja a un algoritmo

y el mar es un canto de sirena confundida

que asfixia, sin quererlo,

a los esclavos que recibieron la orden de remar

bajo fin de llegar a tierra de emperadores difuntos.

Aquí cerca hay una silueta

sobre la que se posan aves

cuyos cuellos están tensos.

Aquí cerca hay una balada de grillos creadores;

las ratas transmiten música en el sótano,

su único afán es acercarse a dar un beso a algún vivo.

El inquieto maniquí

destroza su carne tras ingerir una botella de litio

y el hombre lo mira

y la mujer lo mira

y, después, se miran el uno al otro

y descubren que están desnudos

y que el barro les llega hasta el ombligo.

Procuran desaparecer,

pero no,

no lo consiguen.

El resto de la historia

es conocida por todo el planeta.

El planeta sólo es algo que respeta,

que permanece en silencio.

 

SIN TÍTULO (Nadie se ha preguntado)

 

Nadie se ha preguntado si guardaba algún secreto.

Entre sus olivos

en la sombra proyectada de uno de ellos

apareció muerto un día siguiente

Teodoro Masa.

Desde mi postura acaricio la hiena

que en mí ríe el hecho de que nadie oyera allá

últimas palabras.

El hombre estaba hecho para yacer en la roca

donde, sentado,

ya no procuraba por nada

el graznido del cuervo,

el acecho al trigo lleno de bondad del gorrión

era su cuerpo sin respuesta.

A veces visito el lugar,

ocupado por unos vecinos,

donde la sombra coincide,

donde los astros homenajean la penumbra

del llamado cólico miserere.

Un mal del que sólo mandaban a morir

a los viejos pobres de mi edad.

Nada de mí salvo eso queda en La Calera,

un pueblo en el cuál cada piedra

corresponde a una luz diferente.

Un lugar donde mi abuelo,

a quien no conocí,

murió ante su rutinaridad.

Y es que esos olivos ya caídos

guardaban su mirada.

El vacío me nombra

desde su primer apellido

hasta la tasca más lejana.

No dejó ninguna foto.

 

SIN TÍTULO (A veces uno sale a la luz)

 

A veces uno sale a la luz

sólo para comprobar si su sombra le acompaña.

A veces uno come verdura en la cocina

porque alguien le ha dicho que nada de carne.

A veces lo peor de una vida es destrozar otra.

A veces el sol no importa

por mucho que la guadaña lunar

en su cuarto menguante

se empeñe en ser algo menos que una mujer.

A veces es preferible conformarse con la anhedonia

y sacar provecho de sus virtudes

tecleando para que las letras,

por ser letras,

se queden aquí.

Hoy mi celebración consiste

en no haber hecho demasiadas sombras,

en conservar la luz al final de la cueva

que implica dejar vivir,

y morir.

Sí, también morir.


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