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David Desplá Fernández

 
Volveré por entre el renacido átomo,
azufre sobre el pináculo,
y sobre la mesa una piedra, una caracola;
almidón de un haz del viento al sur.
Volveré para implorar sobre la luna,
y para regenerar y reintegrar mi abdomen,
compuesto de un cáliz prohibido,
descrédito de algo ya vivido.
 
 
Caminaré delante del pueblo,
seré un pastor para las tribus de Judea.
Seré Emmanuel tras la tormenta,
galaxia en combustión frente al Hombre,
y en la frente una mancha de estiércol.
Por mis ojos trémulos de realidad,
he visto vacilar a los más fuertes.
Por mis manos han pasado siglos de memoria,
por eso ahora yazgo bajo la acequia,
como un bastardo desheredado.
Buscaré el origen de la tierra,
y penetraré el misterio ancestral de lo telúrico,
ebrio de una muerte legítima,
adecuada,
inmaculada.
 
 
Fue el rostro severo lo que me hizo enmudecer.
La sabiduría consiste en callar eternamente, hasta la noche del mundo;
enmudecer como la boca de un dios.
He aprendido a vivir hecho un harapo,
y a fustigar mis grietas.
Observar la naturaleza me hizo amar a Dios,
y hallé la perfección áurea en un átomo de mostaza,
cuando mi alma estaba rota por dentro,
escindido,
me hice un maestro de provocar silencios,
de neutralizar al anticristo de los arpegios negros.
 
 
Volveré para invocar la luz del tiempo,
para introducir, con más fuerza,
mi palabra herida
en tu macilento seno descubierto.
Y orando al compás de tus silencios,
como un sacerdote del desprecio,
que engulle sus escamas,
y que huye del sonido y de los hombres.
Rogando a la virgen de las caracolas,
porque amanse mis rebeldías en la noche,
y porque selle mi pacto, mi duelo,
porque santifique mi blanco velo.
 
 
Antes de nacer al tiempo yo era una especie de renacuajo polimorfo,
después, hube de destruir mi enclaustramiento,
hube de reventar la crisálida.
Broté de entre el semen y el espasmo,
falsificando, deliberadamente, mis notas escolares;
y reinterpretando un papel sobre las tablas.
He vivido la mutación de mi especie,
he vivido el proceso de la espera, de la resignación constante.
Y ahora vivo infligiéndome el dolor grupal,
manchando mis sábanas,
y esputando sobre la bandera de España,
con el rostro compungido por el asco.
Prevalece en mí el patetismo victoriano frente al gesto kitsch,
frente a la endogamia,
frente a la falsa vanguardia,
frente a la vida básica,
frente a la vida rápida.
Y después devengo siempre en exceso,
desparramándome, como nata condensada;
sobre una matriz invisible,
sobre una suave almohada.
Viviré para ver tus lágrimas,
y para morder de tus espaldas.
Viviré para nacer de nuevo junto al Fuego,
Viviré para atravesar la heráldica de la muerte con mi daga blanca.
Y finalmente surgiré de entre la ponzoña,
devastados mis huesos
por el peso del Gran Arca.
Y lastimada mi estatura frente al jardín,
allí donde los reyes se miran impávidos,
resto sensible sobre el mármol,
inmortalización de una filiación a la sangre,
de una consagración sacedortal.
 
 
Naceré en clavel ante tu atónita piel.
He nacido ya como macho cabrío, y como zarza ardiente.
Macerada mi piel en el instinto.
En el privilegio del abanico nostálgico.
Y en el temor del último ósculo,
Tras entregarme en manos de la locura,
Encendida mi mano en el amuleto.
 
 
Naceré en clavel ante tu atónita piel.
He nacido ya como macho cabrío, y como zarza ardiente.
Macerada mi piel en el instinto.
En el privilegio del abanico nostálgico.
Y en el temor del último ósculo,
Tras entregarme en manos de la locura,
Encendida mi mano en el amuleto.
 
 
El suspiro me convirtió en cómplice del adviento,
sacralizadas mis espaldas,
hube de neutralizarme,
de reconstruir un templo de cerámica.
Y de cargar con la cruz de desnudo,
blandiéndome enhiesto sobre el firmamento gnóstico,
como un príncipe advenidero de las sombras,
espina de un afligido músculo,
almidón por el precio de un pecado inocuo.
Fui un sacerdote nostálgico,
un piélago de vísceras atroces,
buscando en la luz del día el fin de las noches de plata,
la revelación integral de un informe puro sobre la mancha.
 
 
La pobreza me ha mostrado el lado terrible de la vida.
Y me ha enseñado a esperar, a ser humilde, a ser puro.
He nacido para transformar las nubes del último cielo en pentagrama neurálgico, en blanca diadema de porcelana.
He nacido para vivir mi muerte, para morir mi vida.
Y he visto a todos los hombres bajo la égida abisal de la guadaña.
Trastornados por la negra cuchara, por la pena eterna, por la prisión de la carne exacta.
Viviré para besar en la boca del lobo.
 
 
Caminé solo por entre las dunas rojas. Caminé y caminé,
hasta hacer sangrar mis piernas y mis pies.
Después me detuve. Permanecí inmóvil durante una centuria entera. Y únicamente doblé mis piernas, inmolando mis órganos descompuestos a la historia de los más grandes hombres.
Vagué como un espermatozoide nauseabundo, perdido por entre las ruinas de una fallida iniciación.
Volveré cuando salga el sol,
y aire negro teñirá de negro nuestros lunares,
como un fuego fatuo que alimenta nuestras almas.
 
 
Vivo sin vivirme plenamente,
pero vivo, sobrevivo.
Algún día viviré viviéndome en ti.
Y tú sabrás mi nombre, mi drama, mi revelación.

 

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