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Álvaro Hernando

 
EL PUENTE Y LA SAL
 
Miro mis pies descalzos.
Mientras, todo
se asemeja a un puente con forma de cisne
que reposa tranquilo sobre la sal
de un mar antiguo, muerto junto con nuestros muertos.
Es elegante, no se hunde
y nos hace pensar que el mar sigue ahí
cantando varias canciones de cuna
en las que el cisne se mece y acicala
sustraído a la gravedad y al cieno
esperando la hora de dormir
y despertar.
Todos miramos el puente
y no osamos cruzar el lecho salino y seco
por temor a olvidar el agua.
Por temor a mojarnos los pies en el recuerdo del agua.
 
CASA
 
Los poetas somos gente pobre.
En Wisconsin, las prostitutas nos pagan
el Marlöt.
Son las reglas de la casa.
Es néctar dentro del veneno
y del mismo Sol:
la muerte castrada,
desdentada,
femenina y canalla.
 
LA CADENA TRÓFICA
 
Y Varna busca el mar
Nos devoramos.
Cuando era pez me sentaba en las rodillas de mi madre. Ella, que era gato, jugaba, con sus uñas afiladas, a destriparme. Como es normal, yo le escupía a mi amada madre toda la carne devorada que mi hermano, generoso, hubo perdido entre mis dientes. A veces, como buenos hermanos, tomamos juntos el café y nos complacemos recordando la cadena trófica, y asentimos cuando nos preguntamos si se ha extinguido el amor hacia la especie.
Para todo hay una fotografía de un animal muerto, una que ilustra el sabor del camino de un reguero de hormigas que se salvan de un incendio. Todo porque hay ideas prensiles que se nos clavan en las tripas, dándonos un hambre en las bocas que gritan sin abrirse.
Cuando era pez abrazaba a mi padre. Él, que era árbol, me ofrecía una colmena vacía como cena. No podía ser de otro modo, yo le amaba, y lamía la miel, seca como costras de sangre, que le quedaba en la corteza. Yo le contaba el sabor del vino y que su otro hijo era tullido. Entonces, cerrando el ciclo, mi hermano nos ponía algo de fuego en las ramas, orinaba en las raíces, y salía huyendo de la sal del aquelarre.
 
DE AGUA
 
Beber del pensamiento. Dejar que el cuerpo descienda hasta la sed: la búsqueda erguida sobre el mapa, la huida de la lombriz por el asfalto, la caza de un mirlo rojo, el roto en el mapa, el pie en la lombriz, la duda del estornino. Ese rojo que deja rastro. Beber del olor del agua y de la trayectoria de lo ausente. Inventar un ahora hecho de vestigios. Retener en la palma de la mano el olor de la palabra humedad y comprender un tiempo aparte, carente de sentido.
La lluvia repica sobre el cadáver seco de un ave sin párpados. Explota el agua, impúdica, y el pájaro se hace pez y ladra. Abre el pico en busca de la madre. Y las plumas no se mojan. Y si se mojan son escamas. Y el ladrido cae en un charco que tampoco tiene ojos. Y no hay madre, ya cadáver hace tiempo, que no es poco.
Vivir en sed permanente, en un tejer el agua con las manos para hacer ruegos navegables. ¿Cuánta agua hay en la sed que invade el agua? Pensamos el camino todo curvas, cuando en realidad es un destello afilado cuya luz nos observa y nos llama forma, cuyo tiempo nos recorre y nos llama trayectoria. ¿Has visto ese agua lechosa en que coagula el reflejo? Hay que confiar en el agua. Los recuerdos son los dibujos del azar en la mirada y permanecen más limpios desde que no los habitamos. Necios, tocamos el sonido del agua para saciarnos el miedo. Estamos sordos y tememos, porque el agua grita y la sed muerde. Son palabras a punto de ser palabra, musgo dentro de la garganta, ceniza que dice ser llama. No entendemos el lenguaje de la sed que nace del agua. Es un astro permanente: el que se muestra y el que se oculta. En cada pliegue, imperturbable, orbita, a escondidas de sí mismo. La lágrima es hoy y es todo el agua de un mapa. Tiempo y lugar desaparecen entre los cantos negros, como sed que grita y languidece en el pedregal del río seco. Beber: la vida siempre será sed.
Hay un vértigo cayendo a lo profundo. Rebota, como el eco en una lata, y se deshace en sal y costras de caracola. Vértigo, con forma de grito que quiebra aquel castillo infantil de arena seca. Es vértigo doblado sobre sí mismo, asediado por enemigos minúsculos, interiores y candorosos, sedientos y ciegos que pisan con rabia el agua. Y el agua no corre, ni huye. Cae. Es negligente. Es un sonido desconfiado que corre libre por los vidrios. Y la sed se queda quieta. Es meticulosa. Es el empeño de las cosas muertas en permanecer. Todo este tiempo para descubrir que el agua es un residuo de la sed. Al menos, sabemos que el desamparo es una rama a la que llamamos viga, que no arde y que nos calla. Y por la rama nos suben las hormigas como pasea el olvido por la mente del anciano, incordiando con el roce de los pasos leves de mil insectos que son uno. Mientras, hay muros en los que crecen brocales a cuya linde asoman los ojos negros de los pájaros secos.
Se nos muere el agua en las manos, como esos pájaros que caen, o, si no, la matamos, en silencio. Bebe: presiente la sed del trayecto. Aún así, seguimos el camino. Nuestros pasos rebosan cualquier huella y desaparecen como el agua cuando rompe la forma en que habita.
 
EL TREN DEL ESTORNINO (a Mireia Magallón)
 
A todos os gusta la palabra estornino
y os encandiláis con sus sombras en el aire.
Celebráis cada giro y silueta,
esa bolsa de pájaros cambiante,
metrónomos turbados,
reverberando entre los postes
de una boca.
Los tordos no saben espantarnos.
Intentan chocar y no lo logran.
Si fueran un poco más grandes
o un poco más pequeños
la cosa cambiaría
y no osaríamos embelesarnos con la miel negra
que cubre en el aire
nuestra soberbia.
Si fueran un poco más grandes.
Grandes, como bestias que arrancan cabezas.
O un poco más pequeños.
Pequeños, minúsculos, como el patógeno
que se introduce por el lacrimal
y troncha las ideas desde dentro
dejándonos sus ecos derretidos
flébiles ideas de exterminio.
No hay demasiada diferencia
entre la corte de los pájaros
y el séquito del hombre.
Ojalá fuéramos más grandes
(o microscópicos)
para comprender
desde la palpitación del eco
al centelleo de la belleza.
El hombre siempre choca con el hombre.
 
CASA
 
Los poetas somos gente pobre.
En Wisconsin, las prostitutas nos pagan
el Marlöt.
Son las reglas de la casa.
Es néctar dentro del veneno
y del mismo Sol:
la muerte castrada,
desdentada,
femenina y canalla.
 
DESEO
Es un despeñadero.
Del deseo no se sale.
Es un camino curvo
concéntrico y hacia abajo,
clavado en la hipótesis,
elaborado de la raíz de un árbol vivo,
y de la hormiga que recorre testaruda su corteza,
y del tiempo que tarda en dilatarse el verbo entre unos salmos.
El deseo crece operando complejos algoritmos,
donde uno es dos,
la resta es sed
y la suma es un proceso cuántico
que somete a su ley todo el universo.
Es un fractal sediento,
el deseo,
lleno de la imagen de Dios
precipitándose de boca en boca
como la bocanada que arde en la garganta,
como la forma de la palabra rendición decapitada por los dientes.
El deseo, ese antecedente delictivo del olvido infructuoso.
Así podríamos estar toda una llama,
ardiendo en el recuerdo del fuego.
 

4 comentarios:

  1. Espléndidos recorridos interiores sin apartar la vista del paisaje. Un disfrute. Incluso doble (en el caso de Casa 😀). Mi aplauso, mi sintonía.

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  2. Ese anónimo es: Alfredo J Ramos, lui-même 😇

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  3. Muchas gracias a ambos. Un abrazo fuerte.

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    1. El segundo anónimo es (soy) Álvaro Hernando Freile

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