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Antonio Ruiz Bonilla

 
Si me besas ahora, te prometo que
—siempre que sea de esa forma concreta
donde todo lo demás va desintegrándose
avergonzado, o trata de adaptarse
frenético a nuestro paso dionisíaco—,
te haré aquello que tanto echas de
menos, y que no hemos imaginado
todavía...
 
 
Mantengámonos así,
sin que una sola hoja de árbol,
una simple gota de lluvia,
un solo sentido entrelazado,
se aventure a nuestra intemperie...
 
 
Oigo aullar la sangre…
Los órganos se desprenden…
Las manos vuelan…
La piel se diluye…
El juicio final en una mirada…
¡Y ese olor al unísono de presa
y depredadora!...
 
 
Esa tensa expectativa que me recorre como sangre de héroe…
Ni el príncipe Calaf sabría resolver este silencio
que me hace ver hidras y arpías colonizándote.
No sé qué podría decirte ahora que fuera cierto…
Por ejemplo: lo siento mucho, pero asumiendo
la posibilidad de abrazar el abismo más indigno,
voy a intentar desnudarte…
 
 
He de reconocer que no soy suficiente:
tengo que reuniros a mi alcance:
personas afines que no necesiten lo mismo:
quienes quieran tenerme de Dios que
se definan y opositen inmediatamente:
basta con un comentario simple y una
renuncia a la autodeterminación y a la metafísica…
No prometo paraísos pero tampoco infiernos,
solo la eternidad de un lamento recitado en un suspiro…
¡Plazas limitadas!
 
 
No quiero decir nada con esto…
Es lógico que no se impliquen…
No voy a celebrar ni a lamentarme…
Tan solo una hemorragia incontenible,
un nuevo intento de zanjar lo
no afrontado de una forma digna
de belleza efímera…
 
 
Esa sensación de estar huérfano de alguien y de algo…
De tener la certeza de no sentir lo posible…
De no vivir en el lugar ni en el momento…
Cómo se puede estar perdido donde siempre!
Como adoptado a la fuerza por todos…
Estar como respirar, avanzar de ola…
Y esperar a que algo desconocido suceda…
 

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